1 de abril de 2008

La Columna del Odio: La Mala Educación

Si bien parece el título de una película de Almodóvar (de hecho, creo que lo es), y el objetivo de mi odio es bien digno de participar en una de sus películas, los hechos son más bien dignos de ser anécdotas de jubilado.
Hoy, en el recreo, mi vejiga ha dado señales de que estaba llena, y le ha transmitido el mensaje a mi cerebro. Éste, tras mucho deliverar, y habiendo consultado con parte de mi sistema locomotor, que estaba cómodamente sentado en un banco, ha decidido que sí, que vale. Bueno, venga.
El cerebro pasó la orden a mis piernas que, tras mucho hacerse derrogar, se estiraron.
Mientras caminaba pacientemente hacia el lavabo, miraba a los profesores. La mayoría me conocían, pues mi fama me precede, y sabían que me dirigía al baño, y ya está.
Tras el horrible espectáculo ofrecido por los lavabos (uno no puede esperar que todos los seres humanos tengan la coordinación suficiente para subirse la bragueta y tirar de la cadena), me dirigía hacia la salida (que tapaban unos postes lilas sobre mallorquines ilustres, creo) cuado me interceptó lo que, a primera vista y sin gafas, identifiqué como una graciosa pelota con cabeza y peluca de la que colgaban de forma bastante inútil unos bracitos rechonchos.
Cuando una voz bastante desagradable (sólo producto de la más entera devoción por nuestros licores y una nariz de refinado gusto para el buen tabaco de Virginia) me dijo, en algo parecido al ya mencionado catalán alejandrino:
-On vas?
Eso me pilló completamente por sorpresa, y no supe qué contestarle inmediatamente. Levanté mi brazo y señalé al lugar donde estaba la puerta, como única respuesta. Mejor dicho, al lugar dónde estaría la puerta si no se hubiese topado con unos dibujos de Pere Joan, Tomeu No Sé Qué, y demás celebridades.
Al ver su expresión desconcertada (yo también lo estaría, siendo ella) y sabiendo que si no se giraba no era por pereza, sino porque realmente no podía mover el cuello bajo tantos... lípidos, le dije:
-A la porta.
-La porta... -repitió ella, como si se bebiese mis palabras. En ese momento me dejó pasar (una de las columnas que tenía por pierna me lo impedía) y avancé hacia la puerta, cuando me dio algo de impulso de manera amistosa.
Tócame otra vez, pensé, y el enfisema que seguro la matará (si no acaba con ella la cirrosis antes), no llegará.
Dios, tan rocambolesca (y horrible) como una película de Almodóvar.

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