21 de febrero de 2010

Trabajos de castellano: Invictus

(cuidado, ¡reiterancias por doquier! ¡la juerga padre!... siempre puedo decirle a la de castellano que era un ejercicio de estilo)

o De cómo Mambrú se fue a la guerra.

Pienso en Alejandro desde que era pequeño. Él, que aprovechó el poderoso reino que su padre le había legado para irse de picnic por el mundo, derrotando y anexionándose el Imperio Persa -la antigua pesadilla de los helenos- y llegando hasta el Indo había llorado porque hasta allí donde llegara su vista, el mundo le pertenecía. Y luego, en el auge de su enorme poder como Rey del Mundo, murió.
Eso cambió el mundo. César también lloró, pero porque sabía que nunca emularía las gestas de Alejandro, y debemos remontarnos hasta Genghis Khan para comprender lo que Alejandro simboliza. Mongolia, como Macedonia antes que ella, era la parte incivilizada de una región con una cultura floreciente. Pero un día llega un hombre, Temujin, y unifica las diversas tribus mongolas y hace que el mundo tiemble bajo su nombre, y consigue forjar un imperio que se expande desde el Mar del Japón hasta Polonia, acabando con el Sha de Persia, con el Imperio Chino y, en resumen, con todo aquel que se le pone por delante.
Y, al final, eso es ser invicto, ¿no? Doblegar el mundo a tu voluntad y que no exista ninguna fuerza en el mundo que te lo impida, salvo el Destino si en él crees, o la muerte.
El tercer personaje invicto del que tengo constancia es, a mi juicio, el más interesante. Se trata de John Churchill, duque de Malborough -y no, no es Nelson Mandela-, un hombre que vivió durante el auge del absolutismo, una época en la que ya no quedaban grandes enemigos desconocidos para Occidente y en la que la astucia de un líder tribal nada podía contra la máquina de matar europea -como demostraría trágicamente el gran Tecumséh. Y es a causa de su época que recordamos al bueno de Malborough, si lo recordamos, como una graciosa anécdota de cancioncilla infantil: Mambrú se fue a la guerra, ay qué dolor, qué dolor, qué pena; y olvidamos por qué lo hizo, que Mambrú luchó contra el Rey Sol durante la Guerra de los Nueve Años y la de Sucesión, no dejando que la bestia del absolutismo se hiciese con el control de Europa, y jamás perdió una batalla, aunque al final no pudiese ganar la guerra. Ay, qué dolor, qué dolor, qué pena.

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