27 de enero de 2008

La Columna del Odio: Fórmulas

Existe una razón, una sola razón, por la que no voy por la calle asustando ancianitas y niños pequeños, una razón por la cual me abstengo de sodomizar a cualquier cabronazo que me encuentre con un bate de baseball, una razón por la que me refreno de tirar cócteles molotov contra los edificios que me encuentro, una razón por la cual dejo vivir a la mayoría de la gente que me encuentro por la calle, y es, sencillamente, que existe el respeto.
Pero esta razón se ha ido, se ha esfumado, cuando he vuelto a este cíber. Ciertamente existe una relación entre la acción y la reacción, la persona que ofende y la ofendida, pero la relación no es siempre la misma, pues depende del carácter personal. Así pues, podríamos crear una fórmula matemática para cada uno de nosotros.
Incluso así, esa fórmula no sería aplicable la mayoría de las veces, pues no tendría en cuenta el estado de humor previo a la ofensa, incluso las condiciones medioambientales podrían influir en la respuesta.
Bien sabe Dios que no soy una persona violenta, puesto que jamás tengo ese tipo de respuestas, ni las he tenido. Mi respuesta es la misma, poner a parir al sujeto en cuestión para el deleite (o no) de los que considero personas, puesto que el resto, esos supuestos seres humanos, o bien desconocen mi existencia (lo cual está bien), o no lo entenderían.
Mi respuesta es odio, un odio profundo, pero fugaz. En el caso de hoy, no ha sido tan importante. Incluso estoy en condición de discutir si ese sujeto merece la vida, en lugar de arrebatársela directamente.
Pues este individuo, esta... cosa, ha tenido la osadía, de reír, sí, oh sí, reir. Con una risa tan estúpida que, en un principio me resultó graciosa.
Pero se repite una vez, y otra, y otra, y lo real se hace más borroso. Ríe otra vez, pienso, y será el último sonido reconocible que salga de tu garganta...
Ríe, ríe, ríe y ríe. Una vez tras otra, como tentándome. Cuál no es mi asombro, cuando, de repente, se acciona un oscuro mecanismo que nos pone un ruido en la sala, un oscuro ruido del que sólo se pueden distinguir las palabras 'guarra', 'puta', 'perréame'. Un sonido tan oscuro que amenaza con destruir todo lo que tenía en mente, algo que sólo es capaz de acrecentar el odio que ya siento.
Sí, exacto, es 'reggaeton' (en la oscura lengua de las Antillas, que no pronunciaré aquí).
Oigo los chillidos del hijo del propietario, vestido con su gorrito de South Park, y haciendo alarde de todo lo odioso de los niños de cinco años (¿?), es decir, sus ganas de llamar la atención.
Se ríe, se vuelve a reír...
Tras una pausa en mi cerebro, me echo en el respaldo. Me pongo a Borodin, Las Estepas del Asia Central, y luego a Led Zeppelin, Stairway to Heaven.
Mi respuesta es escribir, luego es el resultado de toda la cabronería, la estupidez, elevadas al cuadrado (mi forma de ser) y multiplicadas por el tiempo de exposición.


.............................creo.......................

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