7 de enero de 2008

Mensaje de Año Nuevo del Fiscal (un poco retrasado...)

He aquí el mensaje de Año Nuevo que mi primo ha tenido a bien publicar en mi blog:



Sí, sé que este mensaje llega con cierta tardanza, pero el trajín de estas fiestas, junto con ciertos desórdenes digestivos asociados a ellas, no diré me han impedido (haría falta algo más que eso para impedirme hacer algo), pero me han dejado poco tiempo y menos inspiración para este mensaje. Hoy, noche de Reyes, tengo algo de tiempo (aunque no sé si la suficiente inspiración, no se puede tener todo), así que, mientras monto guardia para atrapar in fraganti a sus majestades de Oriente (¡este año no se me escaparán!), escribo este artículo para compartir con quien lo lea algunas reflexiones.


Empezaré, obviamente, por el principio; hace un milenio y pico (antes de la caída del Imperio Romano), las autoridades de la Iglesia en la parte occidental del Imperio decidieron, en una astuta operación de márketing, instituir la celebración del nacimiento de Jesucristo en 25 de diciembre; de esta manera se facilitaba la asimilación de los mitraistas, seguidores de una religión de origen persa muy extendida en el Imperio romano hasta la llegada del Cristianismo, y que conmemoraban el nacimiento de su divinidad, Mitra, en 25 de diciembre, y por el otro lado, se hacía la competencia a las celebérrimas Saturnales, una de las festividades principales del paganismo tradicional romano, y que tenían lugar durante siete días entre el 17 y el 23 de diciembre aproximadamente. Esto explica porqué en la Cristiandad oriental, dónde no estaba tan arraigado el mitraísmo ni tenían lugar las Saturnales, no se celebra la Navidad en 25 de diciembre, sino en el 6 de enero, fiesta que originalmente rememora el bautismo de Jesús en el Jordán a manos de San Juan Bautista; aunque actualmente la Iglesia Ortodoxa Griega celebre ambas festividades.


Esta festividad, como vemos, posterior al nacimiento del Cristianismo, y de origen parcialmente ajeno a éste, con el paso de los siglos se ha convertido, sin lugar a dudas, en la fiesta más importante del Cristianismo, vivida con intensidad y emoción no sólo en los medios religiosos, sino también en los seculares, esperada con impaciencia (el calendario de adviento, y actualmente, las películas de temática navideña, que calificaría casi de género propio, se encargan de recordarnos su proximidad), especialmente por los más pequeños.

Con el paso de este milenio y pico ha ido tomando forma, adoptando y creando multitud de costumbres, tradiciones y creencias, y particularizándose en cada comunidad humana; con el tiempo, a la que en origen era la conmemoración del nacimiento del Mesías se han añadido la Sibila (prohibida en la Edad Media por el Papado y mantenida en Mallorca y Cerdeña); los Reyes Magos (tradición de origen italiano), y el igualmente italiano belén (adoptando en cada región las particularidades propias); la Misa del Gallo y la chocolatada; los turrones y los aguinaldos; las demostraciones de mala leche en el día 28, en conmemoración de la Matanza de los Santos Inocentes, y un largo etcétera de costumbres, tradiciones, comidas, objetos decorativos.

En los últimos tiempos del Norte han venido el árbol de Navidad (según algunos representante del Yggdrasil, árbol centrol del mundo según los antiguos escandinavos) y San Nicolás (Papa Noel, Viejito Pascuero o Santa Klaus, depende). Y el hecho de que en pleno corazón de las dos semanas que constituyen las fiestas navideñas coincida la celebración de Nochevieja y Año Nuevo no hace más que añadirle relevancia a estas fechas, en que la casa es engalanada de forma profusa, y las familias aprovechan para reunirse, puesto que son las fiestas familiares por excelencia.


Seguramente el lector conocerá a alguien (sino él mismo), que critica estas fiestas, cómo los grandes centros comerciales las emplean de estandarte (e incluso habrá quien las califique de invento comercial), que no acepte la hipocresía del espíritu navideño (que debería estar presente todo el año), o de familias cuyos miembros sólo se reunen por estas fechas (una flor no hace primavera, ni una golondrina verano), pero lo cierto es que, en cualquier país cristiano, la Navidad es la fiesta más importante, por delante de las otras fiestas religiosas, e incluso de las seculares; y aún con todo el uso que hagan de ellas con fines económicos, aún con la hipocresía, las necesitamos.


Desde luego que ya no se viven como antes; en una sociedad que no es ni creyente ni atea, sino sencillamente pasota (no es que no creamos en Dios o no sepamos si existe o no, sino que sencillamente parece no importarnos); donde prima el individualismo; una sociedad cuyos miembros procuran no privarse de lo que les apetezca, las fiestas religiosas van perdiendo sentido. Con recordar que en tiempos de nuestros mayores, acabada la comida de Navidad lo que hacían los niños era contarse que habían comido, o como la Coca-cola estaba reservada únicamente para días de fiesta, podemos facilmente observar que en estos tiempos que corren, donde hay quien bebe más Coca-cola que agua, o donde culinariamente sólo nos sometemos a privaciones cuando estamos a régimen, no esperamos las Navidades con la misma emoción; pero sin lugar a dudas, siguen siendo las fiestas más importantes de nuestro calendario; y es que, toda comunidad humana necesita festividades de este tipo.


En un artículo anterior hablé del Bayram. Al observarlo, no pude evitar compararlo en mi fuero interno con las Navidades, y entender el papel que juegan en la vida del individuo desde su infancia y en la dinámica de la comunidad. Desde mi punto de vista, se necesita de la existencia de unas fiestas que rompan la monotonía, en las que se conmemore un hecho mítico-religioso de primer orden, en la que las familias se reúnan (para recordar más que nada que existen), se promueva la generosidad y la compasión, se haga respetar unas tradiciones, y se festeje, se coma y se beba lo que no se festeja, se come y se bebe en todo el año. Por ello, el que escribe estas líneas, a pesar de sus ideas religiosas particulares, es partidario de la Navidad. Porque esta sociedad necesita la Navidad, quizá ahora más que nunca.


No me despediré sin aprovechar para hacer alguna reflexión sobre este año en el que entramos. Del 2007 podríamos decir que, dentro de lo poco bien que va el mundo, no nos ha ido tan mal. La política nacional nos deja gags más bien propios de un reality show, y a Barcelona como la cara oculta de la luna; y en las Islas, SaparMunar nos ha demostrado que la única diferencia entre la izquiera y la derecha es en que bolsillo se guarda uno la cartera.

En cuanto al panorama internacional, tampoco es para tirar cohetes, aunque a más de uno le gustaría. Oriente Medio sigue llenando los titulares de diarios y telediarios. En Irak sigue sin parecer que haya paz a corto plazo, aunque poco antes de acabar el año, hemos sabido que en la provincia de Basora ya ha asumido la seguridad el ejército iraquí.

En una Palestina dividida hemos podido comprobar que no es necesario que Israel se dedique a matar palestinos, es algo que los propios palestinos pueden hacer perfectamente entre ellos. Irán ha dado bastante por saco con su programa nuclear, y Rusia ha probado armamento de destrucción masiva que no contamina al medio ambiente (¡menos mal! si les diese por invadirnos, sabemos que Doñana quedaría intacto); además, Putín I reafirma su poder pseudoimperial poniendo a parir a Occidente, cosa un tanto preocupante con una Unión Europea cuyas fronteras cada vez se desplazan más al Este.

Yendo más hacia Oriente, Pakistán deja el año entre disturbios, llorando el asesinato de Benazir Bhutto, y en Birmania se ha corrido un (es) tupido velo; los intereses económicos que ciertas potencias tienen en el país sólo están seguros con un régimen militar que imponga orden.

En cuanto a América, nos hemos reído bastante con Hugo Chávez, llamado el León (porque es el rey de los animales), y su capacidad para cagarla una y otra vez, que lo convierte en personaje idóneo para protagonizar un tebeo. Y en cuanto al clima, este año se nos ha seguido alertando del calentamiento global, aunque parece que nadie está por la labor de hacer algo para remediarlo.


Cómo irá este año 2008 en el que entramos, lo ignoro, pero no debemos olvidar aquel axioma que reza "Si una situación puede empeorar, empeorará"


Aprovecho estas líneas para desear a todo el mundo que haya pasado unas felices fiestas, que este 2008 sea próspero, y haya paz para todos.


El Fiscal

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