27 de noviembre de 2005

Cuentos de Scotchland: Freeze I

Hoy de toca hablar del tiempo, empezando con algo inusual para mi: las heladas. En esta época del año (y hasta marzo), debería helar todas las noches. Sin embargo, por sorprendente que parezca no es que haga más frío, casi es mejor estar bajo cero, ya que toda la humedad se va al suelo y el frío seco es más fácil de soportar (con bufanda, gorro, guantes y pasamontañas, pero sin jerseys gordos, y en el caso de los Scotchs con unas cervezas de más). Eso provoca cosas curiosas, como el siguiente elemento de mobiliario urbano: la caja de sal; todas las calles principales lo tienen para que los servicios municipales lo vayan echando de tanto en cuanto (y puedes seguir las huellas de alguien que haya pisado el asfalto al ir derritiendo el hielo con la sal de la suela). También provoca una cosecha de patinazos colosal: los Scotchs son tan brutos que corren por las aceras con hielo y se han descalabrado unas cuantas ancianitas delante mía al bajar de autobuses o coches.

En fin, que por las mañanas te despiertas y ves todo blanco, pero de nieve nada, es nuestro amigo el hielo. De todos modos, y sin entrar en polémicas, he aquí una cita que me viene a la memoria mucho al caminar por las calles congeladas:

“Algunos de nosotros, amigo mío, vemos belleza en lugares extraños” Agatha Christie, Fife Little Pigs (Murder in Retrospect).

Al volver por las noches de la universidad es magnífico ver la luz amarillenta de las farolas refulgir en mil facetas en la acera helada, y ver como esas pequeñas cuentas brillantes cambian al moverte. Una pequeña recompensa por aguantar el frío sobrio.

Cheers,

2 comentarios:

Xu dijo...

Que bonito, nuestro Wellington se ha convertido en un romántico

Dr. Muerte dijo...

Confirmado, Toni le empieza a dar al whisky.