27 de agosto de 2005

La taberna de la bilis (la servimos en garrafas)

Para inaugurar esta sección, paralela y afín a la columna del odio, me gustaría hablar de un colectivo por el que cada día que pasa siento un mayor desprecio: la gente que come en el cine. Si tu eres de los que se montan un pequeño catering en cualquier sesión, tal vez pienses que esto es un poco exagerado... créeme, no lo es.
El caso más extremo de zampabollos de cine aparece justo cuando acaban los trailers o cuando empieza la película, ya que probablemente ha estado unos 10 minutos decidiendo con que exquisitos manjares va a torturar a la parroquia. Cuando lo ves aparecer en el patio de butacas cargado de palomitas, patatillas, chucherías, nachos, refrescos... te entra un canguele en el cuerpo, ya que la ley de Murphy establece que ese hijo de satanás se sentará en tu radio de acción. Por mucho que un servidor se haya preocupado de ponerse en las filas delanteras con un espaciado mínimo de dos filas con el siguiente ser vivo, PAM!!!, dicho y hecho, el muy.......... se sienta en la fila de detrás a tu misma altura a sabiendas de que el resto de la fila está vacía. Se ha de decir que all sentarse detrás denota cierta inteligencia, ya que si se pone delante el intuye que le puede caer una patada en la cabeza que le rompa todos los dientes necesitando para la próxima vez que le licuen las palomitas. Llegados a este punto, aunque la película sea una obra maestra sabes que al acabar te va a parecer una mierda de campeonato. En definitiva, estás jodido y vas a tener que capear el temporal como puedas ya que el espectáculo no ha hecho nada más que empezar.
El primer acto consiste en 10-15 minutos de crunchhh-crunchhh!! de las palomitas contenidas en dos sacas de correos a las que denominan 'bolsas grandes de palomitas' (también podríamos definir el adjetivo 'grande' a partir del tamaño de mis testículos en esos instantes). En esta fase siempre aparece esta reflexión: para que venir a un cine con sonido Dolby Digital Surround Pro Logic 3D etc, etc. si tienes que oir como una ameba flotante fagocita derivados del maíz que en la escala evolutiva están por encima de él.
En el segundo acto, el interfecto comienza a sentir sed y entra en escena la botella de 0.5 litros de coca-cola. Comienza una serie intermitente de psssshhhhhh, psssshhhhh a cual más molesto. Empiezas a pensar que la selección natural es increíblemente injusta por permitir que este individuo siga con vida.
Finalmente y si hay suerte, el tercer acto es el último: el chupa-chups. En un falso alarde de consideración, algunos de estos individuos van mordiendo el chupa-chups poco a poco como intentando no hacer ruido, pero quien haya vivido esta experiencia sabe que resulta incluso más crispante y de lo único que tienes ganas en ese momento es de introducirle el jodido chupa-chups hasta la altura del pancreas ya sea por delante o por detrás.
En definitiva, hasta que en los cines se instalen asientos eyectables que permitan eliminar a estos indeseables incrustándolos en el techo o se habiliten pequeños ghettos en las salas donde hacinar a esta chusma, habrá que tirar de Home Cinema y de primeras y últimas sesiones.

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