6 de octubre de 2005

GRANDES BIOGRAFIAS: CAYO JULIO CESAR III

Y en este punto de nuestra historia ocurrió un famoso acontecimiento que muestra claramente el carácter de César.
Viajó a Rodas para aprender retórica y oratoria junto al sabio Molón y en el viaje de vuelta en 75 a.C. fue apresado por los piratas cilicios. Al ver que era un joven aristócrata sin importancia, el caudillo pirata le menospreció comentando que por aquel joven insignificante no conseguirían ni un rescate de 20 talentos de plata (cada talento equivale a unos 27 kilos). César, que consideró aquello un insulto a su dignitas, se encaró con el jefe pirata ante el asombro de todos contestándole que él era descendiente de la diosa Venus y que por su rescate se pagarían 50 talentos, lo que fue acogido por los piratas con carcajadas, y el jefe pirata le advirtió que si no se pagaban los 50 talentos le crucificarían, a lo que César respondió: "Te pagarán, no temas, pero después serás tú el que temerás, ya que volveré para crucificarte a ti y a todos los tuyos". Lo que causó aún más risas. Y mientras sus sirvientes partían hacia Roma, él se quedó en aquella isla con sólo un esclavo causando la admiración entre los piratas por su valor. Por la noche, les recitaba discursos y si los piratas no los entendían les acusaba de ser unos patanes criminales. Mientras, la madre de César, Aurelia, consiguió trabajosamente la enorme suma y pagó el rescate. Cuando César fue puesto en libertad fue a ver al gobernador romano para pedirle que actuara de inmediato contra los piratas, pero éste no le hizo caso (César aseguró durante el resto de su vida que aquel hombre estaba evidentemente sobornado por ellos), así que se fue a ver a los armadores de la zona, a los que convenció para que alistaran una flota que él guió hasta la guarida de los piratas a los que sorprendió y tras vencerles ordenó que todos fueran crucificados. A partir de entonces, nadie volvió a poner en duda la palabra de Cayo Julio César.
Tras su regreso a Roma, César se dedicó a ascender peldaño a peldaño los escalones del Cursus Honorum romano, granjeándose el afecto del pueblo y el odio de la mayor parte de la aristocracia y convirtiéndose en el abogado azote de los políticos corruptos al llevar a juicio a aristócratas considerados hasta entonces "intocables". Su apoyo a las demandas del pueblo le convirtió en el enemigo de toda la nobleza corrompida y reaccionaria que ocupaba el Senado, pero César, fiel a su compromiso con el pueblo, prosiguió su carrera. En 74 aC fue elegido pontífice, en 68 aC fue elegido cuestor militar en España, donde su excelente trabajo le granjeó la admiración de la población. En 65 aC fue elegido edil curul, cargo que equivale al nuestro de alcalde y en 64 aC fue elegido cuestor judicial, magistratura equivalente a nuestra fiscalía.
En el año 63 aC tuvo lugar la famosa Conjuración de Catilina. El cónsul senior, Marco Tulio Cicerón, amparándose en el Senatus Consultum Ultimum, ordenó la ejecución de cinco presuntos conjurados, a lo que César se opuso en el Senado, siendo el único que defendió que los acusados tuvieran un juicio justo como ciudadanos romanos, pero prevalecieron los oscuros intereses y los cinco detenidos fueron asesinados por orden del Senado sin juicio. Frente a un estado que se decía "republicano", César encarnó aquí el Derecho y la Ley frente al abuso de poder constante de la casta oligárquica romana, los optimates, que se llamaban a sí mismos los "boni" (los buenos).
El odio que los optimates ya le tenían a César creció tras este incidente, pero él continuó su carrera de una manera increíble: echando los dados al aire y jugándoselo el todo por el todo presentando su candidatura a Pontifex Maximus (máximo sacerdote de Roma), un prestigiosísimo cargo que habitualmente se disputaban los más fuertes miembros de las más poderosas familias optimates. César se la jugó, trataron de sobornarle para que retirar su candidatura, le amenzaron de muerte, pero él continuó confiando en que la diosa Fortuna le arroparía. El día de las elecciones, con sus enemigos armados esperando en el lugar en el que había de celebrarse la votación, César se despidió de su madre Aurelia con la siguiente frase: "Madre, hoy verás a tu hijo muerto en el Foro o vistiendo la toga del Sumo Pontífice". Y César regresó a su casa vestido con la famosa toga picta, la toga sacerdotal de franjas púrpuras y escarlatas.

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