6 de octubre de 2005

GRANDES BIOGRAFIAS: CAYO JULIO CÉSAR II

Fue entonces cuando Lucio Cornelio Sila, uno de los más queridos lugartenientes de Mario, traicionó la legalidad uniéndose a los derrotados reaccionarios, para alzarse con el poder invadiendo Italia desde Asia, donde mandaba las legiones que debían combatir a Mitrídates. Sila fue el primer general romano que utilizó su ejército para conquistar el poder. No sería el último. A la cabeza de sus legiones desembarcó en Italia y conquistó Roma a sangre y fuego. Su gobierno ha quedado grabado con sangre en la Historia como uno de los más despiadados y tiránicos que han asolado el mundo occidental. Millares de personas fueron ejecutadas sin juicio y sus bienes "incautados" por las bandas de esclavos armados a las órdenes de Sila que recorrían Italia sembrando el más negro terror. El joven César, a pesar de estar considerado como el aristócrata vivo de más rancio abolengo de Roma (su árbol genealógico llegaba hasta la propia diosa Venus, según las tradiciones romanas), con tan sólo 18 años, se enfrentó valientemente al tirano provocando el estupor en Roma. Sila, que había exterminado a toda la oposición, ya no tenía ni un solo enemigo vivo en Italia e incapaz de terminar con el terror, comenzó a ordenar rupturas de compromisos y divorcios. Así ordenó a César que se divorciara de su esposa Cornelia, pero César contestó al mensajero la famosa frase "Dile a tu amo que en César sólo manda César" y se negó a divorciarse.
El tirano encolerizó ante tal osadía y ante el estupor de sus propios partidarios condenó a muerte al joven. Envió a sus asesinos con órdenes de traer su cabeza clavada en una lanza, pero César, alertado por los propios amigos de Sila horrorizados, huyó de Roma a pesar de estar gravemente enfermo de fiebres. Durante semanas se ocultó en los bosques, atendido y protegido por aquellas sencillas gentes que veían en aquel joven fugitivo débil y enfermo al digno sobrino del gran Mario.
Aquella villanía cometida contra un joven que no había participado en la guerra conmovió al Pueblo Romano que vio que ni la edad ni el altísimo cargo sacerdotal ostentado por el joven frenaban la sed de sangre del enloquecido tirano. Las enormes presiones del pueblo y parte de la aristocracia sobre Sila, presiones que la madre de César, Aurelia, supo manejar magistralmente en favor de su hijo, consiguieron que el tirano le perdonara la vida, no sin antes exclamar una frase que pasaría a la Historia ante los nobles que le suplicaban por su vida:
"Alegraos con su perdón, pero no olvidéis lo que os digo, porque un día ese joven de aspecto indolente e inofensivo causará la ruina de vuestra causa. ¡Hay muchos Marios en César!"
César aprovechó la ocasión para pedir a Sila que le destituyera de su cargo de flamen dialis, un cargo que el ambicioso joven consideraba que le ataba de pies y manos en su carrera, cosa que Sila aceptó encantado, ya que César, aunque miembro de la más antigua familia romana, no tenía bienes suficientes para ser senador y si dejaba el sacerdocio, tendría que dejar también su escaño en el Senado de Roma. Así César descendió en el escalafón de clases de Roma del orden senatorial al orden ecuestre. Y para quitárselo de encima, Sila lo envió como oficial al ejército de Minucio Termo que combatía en Oriente. En este destino, el joven y dulce joven asombró a todos ganando la famosa corona civica (la más alta condecoración romana al valor) en 81 a.C. durante el asalto a los muros de la ciudad de Mitilene. Con lo que César regresó a Roma tras la muerte del tirano ingresando inmediatamente en el Senado gracias, paradójicamente, a una ley de Sila por la que cualquier miembro del orden ecuestre ganador de la corona civica pasaba automáticamente a ocupar un escaño en el Senado.

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